miércoles, 10 de noviembre de 2010

Comentario a PoeMARio de Juan Segundo Manuel.

Una onda amable, con rezume de salitres y de aguajes diferentes, ha venido recorriendo los países.

Finalmente se posó en una playa mediterránea y sobre ella dispersó su cargamento de conchillas.

Alguien, muy de mañana, cuando la mar pide paciencia, las fue recogiendo una a una, y con ellas, cual las teselas de un joyel marinero, recopiló este libro que, en verdad, es un trabajo entrañable y digno de admiración.

Libro de puertos y de embarcaciones, de extranjeros arenales y de incendiados horizontes, de brisas, auras, resacas, celajes, redes, lonjas, kayukos y pateras, libro de orcas y de tiburones, de navíos y catamaranes, de tormentas y de planisferios.

Y todo él, al igual que el misterioso hueco de esas caracolas que por veces acercamos al oído, está recorrido por un único susurro entre nostálgico y enamorado, un susurro que canta únicamente: el mar, el mar, el mar…

Oceánicas corrientes que el alma tiene y que, puestas a cantar al compás de las mareas del sentimiento, capaces son de unificar a quienes las dejan discurrir, ponen su marca de yodo e imprimen sus cánticos de espuma en cada una de sus páginas.

A lo largo de las mismas, cuarenta y seis poetas, desde Argentina a las Islas Seychelles, desde la Habana a Valencia, desde México a Cerdeña o desde el Peloponeso al alejado Chile, se hablan entre sí y hablan al mundo, para que así también mundo escuche como habla el mar cuando el corazón se muestra atento y no se desdeña la voz interior.

Y por si esto fuera poco, todo se enmarca dentro de una presentación esmerada, con unas fotografías realmente sugestivas y una original maqueta que nos permite asomarnos a la marinera intimidad de cada uno de sus personajes sin resultar por ello farragoso.

Así pues, no cabe sino felicitar a sus entusiastas compiladoras, Lyra Sierra y Mila Villanueva, cuyo trabajo, sin duda arduo, ha resultado realmente fructífero y meritorio.

Y luego, ya no nos queda más que disponernos a leer y releer los ciento y tantos “pequeños papiros náuticos” de este poemario para que, acaso “inclinados en un despacho”, como nos dice el original poeta Nikos Kavadias, a quien la obra homenajea, podamos adivinar “la turbia línea de los horizontes” y el “partir de los orgullosos barcos”.

Que ellos, al menos por un rato, nos alejen de ese cotidiano trajín que, cual una plaga, “cubre los acantilados con su sangre negra”, por decirlo con la evocación de un verso de Mila Villanueva del que la obra deja constancia.

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