A mi sobrina Esther.
-
A ella le gustaba sobre todo ese muñeco. Era pequeño, suave, manejable y dulce al tacto de sus pequeñas manos.
Renegaba de las muñecas llenas de perifollos, tan tiesas y adornadas que ni siquiera le servían para jugar. Movían los brazos, doblaban las piernas, les crecía el pelo, cerraban los ojos...Pero a ella le gustaba aquel, tan pequeño, con aquellos ojos abiertos y avispados que no se cerraban nunca.
-
Aquella noche le cantó una nana. Después a ella misma le entró sueño y decidió irse a dormir, no si antes dejarlo amarrado al portón para que pudiera ver las estrellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario