martes, 13 de octubre de 2009

Los libros arden mal. Manuel Rivas.



En la novela de Rivas, encontramos de un lado los personajes de fanática autoridad, acuñados por la crueldad de la dictadura franquista , ejerciendo su terrible poder y de otra, los personajes malditos: los perseguidos, los escondidos, los que tuvieron que huir, los que fueron asesinados.

Arden los libros del Ateneo, de las Bibliotecas particulares o de los centros de estudio en la Plaza de María Pita, en un fuego en el que como dice el autor "no es de saltar" (como el de San Juan) y se extiende "el olor a cuero mazado con la carne". Serán enterrados por diez hombres "desafectos" escogidos a dedo, en medio del humo "que en vez de marcharse, parece volver. El humo que viene de atrás".

El autor nos revela a esos personajes de la tierra. llenos de fino sarcasmo y de una profunda ternura, valientes unas veces y otras resignados a un destino feroz. Los que por prudencia aprendieron a hablar a medias, a callar o relacionarse en la ambigüedad, por eso no se sabe nunca si suben o bajan las escaleras.
Personajes que "se tuvieron que quitar las herraduras de la muerte"como dice el autor, que como en una pintura de Castelao desentraña al gallego más auténtico. Así descubrimos a Hércules, el hijo de la prostituta que "no tiene nombre para el oficio"pues se llama "Milagres", áquel que saca la cabeza por la ventana de su buhardilla y se topa de bruces con la luz del faro, o como Polca, el gaitero que acaba siendo enterrador o como O, la lavandera que en el río ve a veces las caras de los difuntos o como Pinche que va acariciando su bicicleta para que se acostumbre a él o como Olinda la cerillera que formaba parte de la senda de las luces hasta que se pone de parto.

Y con la narración vamos entrando en un paisaje de nieblas, de olor a mar, y a ·cachelos" cocidos en las pequeñas tabernas como "A Pena do Cuco", donde se toma el café de pota y el vino del Ribeiro y a cuya puerta a veces se asoma el enterrador con sutil ironía grita..."Qué poco gasto me hacéis..."

Entramos también en el fantástico lugar dónde se enclava el Santuario de la Pastoriza donde se curan los poseídos. o por los caminos en que discurren las "mujeres que llevan cosas en la cabeza" como la paisana que da a luz mientras llevaba el pescado de una aldea a otra y guarda al recién nacido en su patela. En un puerto donde atracan el Azor o el Diligent, cargado con un balón que al caer en tierra pasará a la historia, donde amarran los barcos en los que viven quienes han elegido hacerse invisibles. Un puerto donde conviven el pescador de rizos y el buzo fosforescente, con el cantante de tangos o el fotógrafo cargado con su caballo Carirí o ´donde aparece a veces la Medusa como su media cara marcada o su novio el rebelde Corea.

"Todo nos ha llegado del mar coruñeses", dice Rivas, Cristos y vírgenes en barcas de piedra, quién si no el Rey Lear está enterrado en Santiago",

Así nos descubre la Galicia, humillada y tiranizada, devastada al igual que las bibliotecas, que se fue quedando vacía. Esa a la que tanto cantó Rosalía y ahora nos la canta Amancio Prada.

Con un rico lenguaje poblado de metáforas, Manuel rescata a veces las más lejanas canciones populares como "Rei, rei, cantos anos duraréi..." o como "...o pousar da avelaiña é moi bonito pousar"...

Pero el autor nos habla también de esa Galicia inexpugnable que conservó su belleza y su magia sin quebranto, la que sigue celebrando la fiesta de los Caneiros. Ella perdura como "los versos guardados del despojo, algo que ningún esbirro puede imaginar. La melodía protegida por la humedad de la boca que habla de la sirena...que tiene el canto. De la serpiente...que tiene el aliento. De Dios...que tiene el infierno". Lo único que se mantiene es aquello que está escondido detrás de los ojos.

"Ti tés d'abondp
que tés escondido
n-eses teus ollos."


Recuerda algunas veces a García Márquez o Isabel Allende por la belleza y abundancia de las imágenes que rondan un universo mágico, extraterrenal y no por ello deja de ser una novela cruda y profundamente realista.

Algunos de sus pasajes tienen un tono absolutamente poético como:...Las rosas blancas, silvestres, de la carretera de Castro a Elviña, son pequeñas y parece que todo su esfuerzo es por crecer y no por oler, y puedes no verlas, escondidas, tímidas, como aparecen a veces en la pantalla de los mirtos....

...Ella metía en el atado de ropa y en el cesto las rosas blancas y el orégano y romero y perpetuo e hinojo. Hierbas aromáticas para la casa de la pintora..
Era el saber que había heredado...".

Leer este libro fue un paseo por mis raíces, mis costumbres, mis paisajes personales, mis afectos, mis creencias y mi propia impotencia. Gracias Manuel.
--------------------------------------- En la foto la Torre de Hércules despuntando en la niebla.

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